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¡ Así nací ! - ¡Soy MARTA!

Hoy quería hablaros de mí para que me conozcáis; antes era un querubín, ahora soy Marta, una niña.

Vivía en un sitio donde las cosas son diferentes. Desde allí se ve todo distinto, el tiempo parece no pasar, todo es más lento pausado y tranquilo.

Vivía con mi cuidadora llamada Celeste, bonito nombre ¿verdad? nuestro Ángel de la Guarda.

Ella era la encargada de nuestra educación y cariñosamente nos llamaba sus querubines.

Yo por aquel entonces no sabía que significaba ese nombre ni el por qué no nos identificaba por sexo, ya que yo era niña.

Recuerdo a Celeste, era preciosa, bueno y lo será aún ya que los Ángeles son eternos.

Yo quería parecerme a ella, sus cabellos eren perfectos, su mirada siempre dulce.

Tan cariñosa que te contagiaba su amor por los demás.

Mi cuidadora era la encargada de preparar cada nacimiento, a mí la verdad en aquel entonces no me importaba no nacer nunca, siempre que ella permaneciera a mi lado.

A veces le preguntaba qué significaba esa palabra: NACER

Y me decía: Marta, aún te quedarás algún tiempo aquí conmigo, eres demasiado pequeña y no estás aún madura para ese caminar.

A mi, la verdad, no me importaba nada quedarme más tiempo a su lado; me decía a mí misma: si soy feliz aquí, para qué hacer ese viaje que debe ser cansado…

Donde yo estaba era todo como algodón, blanco, reluciente, suave y cálido a la vez.

Mi vestido era de tonos brillantes, hecho del humo astral del universo y sobre mi cabecita pelona brillaban rayitos violetas.

Un día Celeste tardaba en llegar y yo estaba algo nerviosa, no podía encontrar a mi amiga Lucía, la busqué por todas partes y no sabía encontrarla, cuando escuché la campanilla del portalón corrí angustiada en busca de Celeste, me agarré a su mano y le pregunté: Celeste ¿tú sabes donde se escondió Lucía? Ella me sonrío, yo le dije: mírame, por favor, y dime: ¿tú la has visto?

Celeste se agachó, me miró a los ojos tiernamente y me dijo: Marta, anoche tu amiga Lucía salió a su gran viaje, sus padres la esperan con cariño, con tanta ilusión, y no volverás a verla hasta que tú no hagas ese viaje que ella acaba de emprender. Os veréis en la Tierra preciosa.

Me quedé tan triste ese día que no podía jugar ni comer pan de Cielo,

me senté y mis pensamientos sólo vagaban en esas dos palabras que me dijo Celeste: nacer y viaje y me pregunté lo que nunca ¿cuando haría yo el mío?

Celeste intentó animarme con golosinas hechas de agua de lluvia y de granizos. ¡Venga Cielo! Decía, son tus preferidas.

Pero me era imposible comerlas, por primera vez sólo quería irme de allí porque me sentía atrapada.

Cuando Celeste se despidió hasta el próximo día no pude abrazarla, me sentía traicionada por ella, sin entender que Lucía estaría contenta y que le había llegado su hora de ser niña.

Me sentí tan mal que rompí a llorar y estuve así toda la noche.

Cuando el Sol asomaba su rostro en nuestras cunas, yo sonreí y le dije con cara de pillina: ¿Te puedo hacer una pregunta Sol? Y el dijo: tú eres Marta, la soñadora. Le contesté: Sí, así me dice Celeste.

Sol, le dije, quiero saber como puedo hacer el viaje.

Él, con cara de preocupación, me preguntó a qué viaje me refería yo.

Le contesté: Sol, del que hacen todos al madurar, como Marta, y suspirando profundamente me preguntó si Celes aún no me había contado de qué se trataba, ya que ella era mi cuidadora.

No, respondí yo

Él, muy serio, me dijo: siéntate, anda, cerca de mí y escucha atentamente en qué consiste el viaje. Me acerqué lo más que pude, y con mi carita entre mis manos apoyada, presté atención.

Mira, preciosa, empezó a decir, el viaje consiste en vivir en la vida de los humanos.

¡Ah! dije yo, pero nosotros ¿no somos humanos?

Él sonrío y me dijo: claro, Marta, sois humanos a los que les falta un cuerpo, sólo sois esa parte de ser humano que luego será un hombre o una mujer, la parte que casi nadie puede ver, sois almas. Yo me refería, Marta, a esos humanos que ves cuando te asomas al balcón del Cielo, esa gente a la que ves caminar por la calle…

¡Ah! ¿Cómo esos niños que lloran, que se enfadan por no tener helados, no?

Sí, eso es Marta, eres una chica lista y aprendes pronto...

Pero, antes de llegar a ser como ellos tienen que tener una mamá y un papá, de eso se encarga tu cuidadora y tu guardián.

¿Papá y mamá? dije yo.

Sí, contestó el Sol, así se les dice a los cuidadores en la Tierra de vosotros, también se les dice familia.

¡Ah! ¿Esos que dan achuchones continuamente, no Sol?, Eso es Marta

Pillina, veo que observas muy bien todo lo que ocurre en la Tierra desde el gran balcón…

Sonreí aunque no entendía muy bien esas expresiones.

Pero Marta… para todo eso tienes que ser aceptada por esas dos personas que serán tus padres.

Y a continuación, llevarte en una gran burbuja de agua nueve meses, alimentándote de ella tu madre, y también tienes que estar a oscuras, sin poder hablar con nadie, sola contigo misma, y tan solo el eco de la voz de tu madre será capaz de traspasar esa oscuridad que te rodeará y ella sabrá que tú estás bien por tus movimientos.

¿Sabes qué es la gran bolsa? me preguntó

No, Sol, no sé qué es, contesté.

Pues mira, Marta, es el vientre de tu madre, es como una gran fábrica, donde tendrás que ir tomando de sus sustancias, de su sangre; sus órganos irán formando los tuyos y poco a poco construirá tu cuerpo.

Yo inocente dije: ¡Pero si ya tengo cuerpo! No te entiendo, dije enfadada y el Sol se río:

Ya, ya, cariño, contestó él, pero ahora solo es aire. Así que tendrás que esperar que tus papás te elijan a ti.

Porque ¿sabes Marta? cada uno de vosotros, querubines antes de nacer, ya tenéis papás y mamás, lo que pasa es que cada uno necesita un tiempo para aceptaros en sus vidas.

Y ahora pequeña, terminó diciendo, como ya te veo más tranquila me voy a ir a desperezar mi cuerpo entre las nubes, que si no la gente de esa Tierra donde tu quieres ir, dirá que me perdí, me echarán de menos ¿sabes?

Vale Sol le contesté y corrí hacía el portalón a esperar a Celeste.

Cuando entró mi cuidadora corrí hacía ella llamándola a gritos: ¡Eh Celeste, Celeste!:

Quiero que llames a mi mamá y le digas que yo quiero irme ya con ella, a su barriguita, Porfa díselo, me encuentro sola aquí sin Lucía.

Celeste me dijo: Marta, cariño, no tengas prisa, aún tu mamá no está preparada, si te mando ahora puede que no te acepte.

Yo rompí a llorar, las palabras de Celeste me parecieron crueles, y sollozando le dije: Cómo no me va a querer, soy guapa, buena y estoy sana.

¡Eh! di Celeste porqué no me va a querer.

Marta, cariño, la que va a ser tu mamá es aún muy joven, así que te tienes que esperar.

Me enfadé tanto al oír esas frases que me metí en la cuna y no quise levantarme en todo el día; no me cabía en mi cabecita que mi madre, por ser joven, no me quisiese aún en su vida.

A media noche, cuando ya Celeste se había marchado y la Luna cantaba en el horizonte nuestras nanas y nos tapaba con sus sábanas me asome al balcón.

Y la Luna estaba casi oscura, no lucía su blanco astral de otras noches.

Sólo en algún sitio se oía un ruido que entonces no sabía yo que se trataba de música.

¡Oh! Dije, qué pena, todas las mamás duermen, y sobre las nubes… me quedé dormida.

Esa mañana no escuché entrar a Celeste, ella me tuvo que acostar ya que a eso del medio día me desperté en mi cuna arrullada entre algodón.

Celeste permanecía a mi lado, ¡eh Marta! me has asustado hoy mucho.

¿Qué paso anoche que te quedaste dormida en el balcón? ¡Ah nada! , le dije, yo sólo quería Celeste ver, si desde aquí podía saber quién era mi mamá.

Venga cariño, ya verás como cuando menos te lo esperes, te llamará ella a ti sin tenerla que buscar.

Entonces ella abrirá su vientre y dormirás como en tu cuna, plácidamente.

Suspiré y en mi pensamiento dije: me tengo que conformar ¡uf!

Pasaban los días y cada vez quedaban menos niños y niñas de los que yo conocía.

Yo miraba a Celeste cada mañana y ella cada vez me sonreía más triste.

Sabía que mi interior sufría, yo quería irme donde todos los demás niños.

A Celeste le daba miedo que yo entristeciera tanto que mi alma se marchitara antes del viaje, como les pasó a algunos de los que vivían conmigo.

Aún no había llegado el buen tiempo pero me daba igual salir al balcón, allí me sentía libre.

Me encantaba ver esas luces que eran tan distintas a las estrellas, me pasaba horas contemplando sus parpadeos y cuando ya sentía frío, me volvía a la cama.

Celeste al ver que esas escapadas eran continuas me riñó, no quería que fuera al balcón cada noche, me despertaba demasiado tarde y perdía el apetito, pero yo ansiaba que llegara la noche para correr, casi a escondidas a mí sitio.

Hoy recuerdo el día que por primera vez la vi, sabía que ella sería mi madre, el corazón me dio un brinco y sonreía bobamente sin darme cuenta.

Exclamé ¡Dios, Dios que guapa es, que alegre es, yo la quiero para mí!

Ella, mi madre, estaba esperando en lo que hoy sé que es una parada de autobús, esperaba a su amiga María José, habían quedado para ir a bailar, iba preciosa, me gustó toda ella.

Y las lágrimas se me saltaron y sin darme cuenta grité ¡mamá! tan alto, que mi voz salió del Cielo y ella creo que lo oyó, ya que miró hacia el balcón. Yo me escondí entre las sombras de las nubes, no podía dejar que ella me viera.

Cuando la vi alejarse en el autobús me sentí tan triste… no sabía cuando volvería a verla.

Desde ese día pasaron casi dos meses y aunque me asomaba cada noche al balcón no la veía, me quedaba hasta el amanecer y me desesperaba el no ver rastro de ella.

Una mañana le dije a Celeste si podía salir a dar una vuelta por otros lugares del Cielo, mi intención era buscarla.

Celeste se enfadó mucho, casi me gritó. ¿Qué dices Marta, si sales de aquí los peligros que puedes correr son infinitos, así que no digas más tonterías.

Cada día me das más que pensar Marta con tus sueños, y los sueños a veces hacen daño, así que olvídate de salir de aquí hasta que no te lleve yo personalmente.

Ese día Celeste estuvo muy ocupada, atareada con la llegada de nuevos querubines, algunos eran idénticos entre sí y dormían juntos en la misma cuna, no paraban de llorar.

La noche llegó sin apenas darnos cuenta y Celeste estaba agotada. Por suerte para mí se dejó el portalón abierto. Cuando se alejaba entre la sombras del Cielo salí con cuidado y me escondí detrás de la columna de humo astral.

Me llevé un buen rato pensando qué diría Celeste al no verme allí a la mañana siguiente.

Tenía los ojos cerrados y no me había dado cuenta que esa noche la Luna brillaba con menos intensidad, sentí en ese instante miedo y pensé si en realidad valía la pena escapar.

Comencé a caminar y detrás de mí escuché un chasquido, chus, chus, me di medía vuelta y… menos mal, suspiré aliviada, es ella, la Luna.

Tenía cara de enfadada y me dijo ¡eh! ¿dónde crees que vas?

¡Chist! le dije tocándome la comisura de los labios, no chilles o despertarás a todos.

Ella no callaba, me decía: Marta no estás actuando bien.

Ya lo sé Luna, pero yo sé que ella, esa chica que vi, es mi mamá y la necesito.

¡Vamos! vuelve y entra en casa, no sucederá nada y yo no diré tampoco lo que vi.

Lo tengo decidido Luna, le dije, quiero ir con ella, por favor no des la alarma, dame algo de tiempo.

No sé Marta, si te sucede algo no me lo perdonaría ni yo misma y Celeste tu cuidadora, se meterá en un gran lío, lo sabes ¿verdad?

Sé Luna que ella me comprenderá aunque sé también que su enfado le durará mucho.

Pero Marta, ella se juega su puesto, ¿lo has pensado?

Por favor, tú les explicas a todos que ella no tiene la culpa y acompáñame hasta el filo del horizonte, anda; entonces comenzamos a andar en silencio.

Al llegar a su filo la Luna sólo me besó y no me dijo nada, yo le pedí que me diera un pequeño rayito de su luz para que me hiciera compañía.

Me senté un rato en el horizonte pensando la manera de llegar a la Tierra, me preguntaba que si daba un salto qué sucedería, y cerré los ojos y di mi salto a una nueva vida.

Al dejar mis pies en el aire salieron de mi espalda unas alitas transparentes que fue lo que impidió que me estrellase contra la Tierra y grité ¡Oh! es maravilloso, vuelo como los pájaros.

Al llegar a la Tierra no sabía qué hacer en ella, qué de gente y nadie me veía, me senté harta de volar en la rama de un árbol cansada y con sueño.

Mis ojos se cerraron por la fatiga, no sé cuanto dormí, pero al despertar ya la Luna brillaba y el Sol se había ido a dormir también.

Estuve un rato mirando qué sucedía a mi alrededor, qué distinto era todo a mi casa del Cielo, todo iba tan deprisa que me causaba mareos, pero me hacían sentir bien.

Se escucharon risas a lo lejos y quise curiosear; mis ojos se abrieron como platos y mi sonrisa se agrandó tanto que creí que no me cabía en mi cara. Era ella, mi mamá, y con ella había un chico ¡vaya también es guapo! me dije. Chicheé y volé a su alrededor, pero no se daban cuenta de que yo estaba allí. ¡jo! protesté y me senté a su lado a ver qué ocurría.

¡Vaya! qué extraño, los humanos rozan sus bocas y se aprietan. ¡eh!, dije, ¡que la vas a asfixiar!, ¡suéltala!. Pero no me hacía caso, le tiré de la mano y nada, seguía uniendo su boca a la de ella y la abrazaba cada vez más fuerte.

Y en ese momento algo me arrastraba, me llamaba, me quería ir volando, agitaba mis alitas y no podía. ¿Esto qué es? grité; en pocos segundos todo oscureció y yo ya no me veía a mi misma como la Marta que bajó del Cielo, más que una niña parecía la clara de un huevo, ¡jajaja! sí reíros, pero es lo que parecía.

Empecé a querer pensar en lo que había sucedido y me pregunté a mi misma si eso sería el viaje esperado, pero mi cabeza no pensaba.

Durante tres meses perdí mis alas, y todo a mi alrededor estuvo oscuro, no podía ver y mis pensamientos estaban dormidos

Una mañana noté que la luz de fuera me llegaba algo opaca a mis ojos ¡vaya! y noté que en mi cabecita ya podía escuchar mi voz, ¡vaya! me dije, esto va cambiando, me miré así por encima y ¡oh! ¡oh! no tenia bracitos ni piernas, me veía tan fea… ¡Jo!, así mi madre no me querrá.

De mi barriguita salía una gran manguera que me unía a algo, y tiré y tiré y noté una presión en mi cuerpo, como una caricia; en ese momento me di cuenta que estaba en la barriga de mi mamá, y esa goma que yo había tirado con fuerza era lo que me unía a ella, por donde yo me nutría; ahora sé que se llama cordón umbilical.

¡Pobrecita! le hice daño y ella me acariciaba, no le importaba. Supe en ese momento que ella me quería por su ternura al rozar su vientre.

Nos hicimos amigas, ¡fíjate! ella fuera y yo dentro y éramos amigas, me hablaba, me cantaba y se reía cuando yo daba saltitos, ¡qué divertido!

Pasaron 5 meses y mi mamá engordaba y yo ya me veía más bonita, tenía orejitas y manos y pies ¡ah! y casi si me crecían las uñas, la escuchaba hablar con papá y decirle que yo me parecería a ella, y del nombre que me iban a poner. Mi papá ¿sabéis? también acariciaba la barriga de mamá y me decía poniendo su oído en ella y su boca en ella: ¡venga! que hoy aún no te escuché. Buscaron tres nombres para mi: Lucía Irene y Marta

¡Ése! ¡Ése! decía yo al oírles hablar de él, ése me gusta, por favor.

Algunas veces me sentía aburrida y me distraía dando tumbitos por la barriga de mamá, o jugaba con el aire que me entraba de su boca y me entraba hipo. ¡Jájájá! Sí, el hipo es gracioso, te mueves toda. Así transcurrieron casi nueve meses, yo casi tenía el aspecto del Cielo y mi mamá se sentía cansada, la pobre ni dormía ni nada, y yo ¡uff! cada vez más incomoda. Ya hacía tiempo que no me podía mover, me senté dentro de la barriga de mi mamá, estaba gordita y no me podía mover. Mamá está preocupada, le escuché decirle a mi abuela, y yo decía ¿preocupada por qué?, si me siento genial. Claro, ahora comprendo, no podía estar sentada. Ella me dijo una noche que nos quedamos a solas las dos: mi niña, por favor, date la vuelta, me da miedo que estés así. ¡Jo mamá¡ pensé, si yo estoy súper bien; pero como me daba lástima verla preocupada, di una vuelta de campana y me puse hacía abajo. No me parecía ya tan divertido, pero si mamá decía eso, es que era bueno para las dos, aunque al otro día de haberme dado la vuelta mamá se sintió indispuesta: mareos, fatiga, y yo me sentí culpable; desde allí le daba besitos, pero ella, claro, no los notaba solo notaba mis pataditas.

Entonces empezó a suceder algo terrible: me ponía morada y me costaba respirar cada vez más. ¿Qué me pasa? pensé, donde descansaba mi cabeza se estremecía y mamá se encogía. ¡Jo! le estoy haciendo daño a mi mamá, el líquido que me cubría se oscurecía, se volvía más opaco, mi corazón latía con más fuerza, yo quería salir de allí pero como todo era tan estrecho creí que era que mi mamá me rechazaba, pero… ¿cómo si ella me había acariciado todo ese tiempo?, no comprendía nada, sólo un instinto me hacía apretar con fuerza hacía una luz tenue que comenzaba a ver.

De pronto me encontré que mi cuerpo estaba aún dentro de mamá, y mi cabeza fuera, me la sostenía una señora con bata blanca, y creí que era mamá, pero esa no era la carita que yo vi en el parque.

Escuché a esa señora decir ¡venga mamá! ¡empuja una vez más! y yo miré alrededor y no la veía y comencé a dar gritos, sí gritos, como loca, quería estar con mamá. En ese instante me resbalé y esa mujer me cogió y se puso a darme refregones en la cara y yo gritaba. Me taparon con unas sábanas ¡ufff! que no eran como las del Cielo, me arañaban la piel, pero cuando me pusieron entre sus brazos los vi a los dos. Eran los del parque, esos chicos que se besaban, ¡aissss! suspiré y les miré y me dije: estos son mis papás.

Me quedé dormida y luego, al despertar, ¡vaya! qué de gente me miraba, yo quería saber quienes eran, sollozaba y mamá decía: mira son tus abuelos, y me cogían y besaban ¡ohh! me sentía feliz, había acabado mi viaje de el Cielo a la Tierra.

Y mi abuela materna me decía así bajito al oído: ojalá seamos buenas amigas, Marta, te quiero.

Bueno, ahora vivo aún en casa de mi abuela Carmen, mis padres están arreglando la nuestra, ya tengo casi cinco meses. Mi mamá dice y mi abuela que soy toda una mujercita, pero que tengo que crecer más ¡ah! ¿Sabéis qué se me olvidaba? Cuando nací había una chica joven también guapísima, de pelos rizados, se parecía algo a Celeste y es hermana de mi madre, a ella le encanté ¿sabéis? es mi tía, pero se han empeñado mi abuela y mi madre que le diga madrina, bueno, suena bien ¿verdad?

¡Hasta la próxima.!